martes, 14 de octubre de 2008

Nuestra musica, de Jean-Luc Godard


Sinopsis
Tres partes tituladas respectivamente: Infierno, purgatorio y paraíso. Infierno: diversas imáge-nes de guerra, sin orden cronológico ni históri-co. Aviones, tanques, barcos, explosiones, disparos y ejecuciones, poblaciones huyendo, países devastados, ciudades destruidas. Todo en blanco y negro y color. Imágenes mudas, cuatro frases, cuatro piezas de música. Purgatorio: la ciudad de Sarajevo hoy, martirizada como muchas otras. Personajes reales e imaginarios. Una visita al puente de Mostar que está siendo reconstruido simboliza el paso de la culpa-bilidad al perdón. Paraíso: una joven a la que hemos visto en el pur-gatorio, autosacrificada, encuentra la paz en el agua, en una pe-queña playa vigilada por marines.




Ética y estética

El cine de Godard es difícil de ver. En todas las acepciones, por frecuencia y por comodidad. Y quizás sólo por ese motivo los cinéfilos deberíamos sentirnos estimulados a observarlo. Más allá de posturas políticas, de chauvinismos, de estilos, hay determinados cineastas (como Kiarostami, como Oliveira, como Angelopoulos) que son referentes obligados para aquellas personas que contemplamos el cine con los sentidos y con la razón. No se trata de que el vino añejo sepa mejor. Se trata de que en las imágenes de estos autores no se sedimenta el tiempo. Más bien se destila la sabiduría de los años.

Se dice que Godard es un pedante. Quizás se trata de una pedantería ansiada con vehemencia y, por supuesto, conseguida con éxito. No obstante, la pedantería de Godard tiene fundamento en la experiencia y en la experimentación.

Hay autores que han sido importantes en la Historia del Cine (con mayúsculas), por innovaciones técnicas, teóricas o por ambos motivos: Griffith, Eisenstein, Welles… Godard y sus compañeros de la "nouvelle vague" revolucionaron el cine e impulsaron el séptimo arte hacia un futuro apasionante. Ahora, 2005, ya ha llegado el futuro y el cine deja de ser lo que era. Para bien y para mal. Lo que empezó como una barraca de feria ha mutado en diferentes formas. Tenemos, por una parte, los herederos del circo de la imagen, radiquen en Hollywood o en Bollywood. Se trata de la imagen como entretenimiento. Están, por otro lado, los investigadores de la "moving image", artistas del audiovisual, autores más enraizados en la tradición creativa y los circuítos comerciales de las artes plásticas que en el territorio de la pantalla grande. Y, finalmente, están las numerosas variantes de los investigadores del cine. Son aquellos autores como Gondry y Kaufman, como Winterbottom, Sokurov, Von Trier, o Wong Kar-wai, que, más o menos próximos a las modas o a las costumbres sociales, tratan de construir un diálogo con el espectador, un discurso con nuevas herramientas visuales.

Godard es, ha sido desde hace años, el más radical de todos ellos. De una manera equivalente a la transformación de la novela que tuvo lugar a principios del siglo XX (Joyce sería el referente más fácil), Godard se ha esforzado por deconstruir el cine tal y como lo entendíamos y a la vez por elaborar un discurso propio utilizando nuevas técnicas. De esta manera, no dudó en alterar los clásicos parámetros de puesta en escena y de montaje. No dudó en reivindicar posturas políticas abiertamente desde la pantalla del cine. Indagó de manera precoz las posibilidades del vídeo. Dinamitó el raccord visual y sonoro. De unos años a esta parte se dedica a elaborar una serie de discursos laberínticos y enciclopédicos. Puede ser etiquetado de pedante. Pero también es arriesgado, comprometido e inteligente.

Soy consciente de que he sido derrotado por mi ambición en el intento de elaborar un comentario acerca de Nuestra música. Pero la realidad es que no se puede hablar de la película sin revisar la trayectoria de su (co)autor. Porque la realidad es que esta nueva obra de Godard no es sino un nuevo capítulo de una obra monumental, heterogénea en sus imágenes, pero muy homogénea en su intención. Mezcla de autores, collage de ideas, Notre musique es una obra de autoría múltiple de este nuevo siglo.

Nuestra música, como las Histoire(s) du Cinéma, es una obra magna. Excesiva en ocasiones, forzada en un par de secuencias, avanza en niveles distintos. A nivel técnico, Godard prosigue su investigación de la combinación de imágenes y sonidos de origen aparentemente distante: trátese del uso de músicas de muy diversas procedencias, de la combinación de diálogos de personajes en "off" visual o del uso de monólogos discursivos y un tanto monótonos. En este sentido utiliza como coartada la celebración de los Encuentros Europeos del Libro en Sarajevo, evento al que acuden una serie de escritores que desgranan sus textos para las imágenes del suizo. Será el uso de los comentarios, de los discursos, de los participantes, lo que otorga en parte a la película el carácter pluriautoral al que me refería.

A nivel estético, hurga en la vinculación entre lo hablado y lo visto. Entre el concepto expresado con imágenes o palabras y el concepto representado por otras imágenes. Es este, sin duda, el aspecto que exige más al espectador, Tanto en cuanto determinadas imágenes no son sino códigos o símbolos de una situación determinada. Así, las imágenes del mercado de Sarajevo, telón aparente de los discursos de algún personaje o de los diálogos de otros, son una metonimia de las matanzas que en él tuvieron lugar durante la guerra. El puente de Mostar, una metáfora del abismo entre dos civilizaciones, un vacío que cuesta más de salvar que de abrir.

Y Godard evita, finalmente, el artificio, porque desde un nivel ético se posiciona contra la locura humana. Contra la barbarie, contra la guerra. Nuestra música se construye en base a tres actos de referencia dantesca. En el primero, el Infierno, recoge, aglutina y da forma al terror de la guerra. Utilizando imágenes del cine clásico (de Griffith a Eisenstein, de Ford a Cy Enfield), de televisión y de documentales, intactas o retocadas digitalmente, JL nos obliga a acordarnos de los genocidios que han tenido lugar en diferentes eras (de los pieles rojas, de los camboyanos bajo los khmer, del holocausto judío), de la potencia de las nuevas armas, de la locura de las guerra, en definitiva. El segundo acto, el grueso de la película, es, sin embargo, más terrible. Tanto por la proximidad temporal y geográfica que nos vincula a la guerra balcánica como por la sensación de vacío, de pérdida, que se desprende de las imágenes: el puente y el mercado citados, las colinas desde las que los serbios disparaban contra la población, la biblioteca en ruinas donde un albacea voluntarioso trata de ordenar nuevamente la vieja cultura. Godard recoge en imágenes (puesto que en muchos casos los diálogos que las acompañan viajan en otra dirección) las cicatrices, perdurables, que puede dejar una guerra. Y se entretiene, con discutible heterogeneidad, en comparar, en identificar, distintos conflictos, especialmente el de Oriente Próximo, en el que da a entender la alienación (más que la alineación) tanto de hebreos como de palestinos en su conflicto enquistado. Para Godard hay muchos conflictos; pero sólo una solución, el razonamiento. Escudándose en la presencia de Juan Goytisolo, en el poder de la palabra, trata de evidenciarlo: "Cuando alguien mata por defender unas ideas, no se está defendiendo una idea; se está matando un hombre." En última instancia, irónicamente, Godard nos dejará vislumbrar el paraíso. Una estrecha franja de playa boscosa, más allá de nuestra mirada, dónde Adán le ofrece la manzana a Eva… custodiada por el ejército.

Después de Sarajevo, Godard quiere compartir con nosotros la reflexión y, ¿por qué no?, la decisión sobre el mundo que queremos. Gilles Kepel y Francis Fukuyama, entre muchos otros ensayistas, reflexionan sobre un mundo violento y en crisis permanente, donde por un lado pugnan dos posturas, el Islam y los USA, opuestos en concepción pero similares en radicalidad y en acción y por otro el grueso de la población trata de sobrevivir a estas estrategias. En el cine no basta con las historias de El mensajero del miedo o las divagaciones de Fahrenheit 9/11. Para pensar en ello se necesitan las reflexiones de 11 de septiembre, La mirada de Ulises, Una historia hablada o de Nuestra música.

Y, en última instancia, también el propio cine necesita de ellas. Al terminar el seminario al que acude, Godard es interrogado sobre el futuro del cine. Su rostro permanece impasible. Su respuesta podría ser esta película.

via: www.miradas.net

Part poetry, part journalism, part philosophy, master filmmaker Jean-Luc Godard's Notre Musique is a witty and lyrical reflection on war through the ages.



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