viernes, 20 de marzo de 2009

ATRAPADO ENTRE LA FANTASÍA Y LA MEMORIA

Hoy, por la mañana, al levantarme de la cama, me sucedió un hecho que podría considerar surrealista, que me trajo en vilo por todo el día. Entre la imaginación y la memoria me jugaron una mala pasada.


Había estado despierto desde la madrugada y dormitaba a ratos esperando que fuera un poco más tarde para empezar las actividades ordinarias de cada día. Sin esperar a que sonara el despertador a las seis de la mañana, salí de un brinco de entre las sábanas, la cobija la había lanzado lejos durante la noche, pues me calentaba más de lo deseado; y junto conmigo saltaron como por encanto, de entre las sábanas, un par de cartoncitos. Asombrado, los recogí y dejé sobre la mesita de noche. A primera vista parecían dos boletos del transporte metropolitano de la ciudad de México.


Seguí con el rito matutino para ir a la regadera y acabar de despertarme y dejar atrás los humores del sueño. Mientras, pensaba: “boletos del metro, no pueden ser, hace catorce años que viajo sin necesidad de ellos con sólo mostrar la credencial del "INSEN”.


Curioso, me regresé y ayudado por los lentes vi que se trataba del transporte público de París “transports en île-de-France”, que incluye el metro, el autobús y el tren de cercanías. Más creció mi estupor y más intrigado quedé, pues por lo pronto, no recordaba que hubiera estado en París recientemente. Tenía presente el viaje a principios del año ochenta y seis, cuando residía en Madrid y tuve que salir del país para renovar el permiso de estadía y celebrar de paso mi cumpleaños número cincuenta.


Por más que hacía no podía recordar otra cosa y dejé que el agua tibia se resbalara por todo mi cuerpo. Me sentía cansado y veía como se me renovaban las fuerzas y el deseo de empezar un nuevo día. Los dolores en los huesos, los piquetes como choques eléctricos que iban desde el glúteo derecho hasta la pantorrilla y los amagos de calambres me habían despertado repetidas veces durante la noche y me habían dejado molido. .


Me jaboné lentamente, tenía tiempo de sobra, dejé que el agua me acariciara sensualmente, mientras seguía dándole vueltas al asunto de los boletos. Aunque fueran míos me preguntaba cómo llegaron hasta dentro de las sábanas. No podían haber estado en la bolsa de la pijama, la habían lavado la otra semana, y los boletos estaban nuevos como recién sacados de la maquina expendedora.


Me sequé con mimo, me rasuré, me peiné con un poco de gel para que no se revuelva el pelo, es demasiado delgado, ligero y ya bastante ralo. Pasé ligeramente la piedra de alumbre sobre las axilas. A más de alguno le parecerá un poco primitivo, pero es un eficaz desodorante, destruye las bacterias que provocan el mal olor, y a base del cual están hechos los más finos y sofisticados desodoroantes. Mientras me ponía un poco de loción recordé que en casa había varios compañeros que habían vivido en París o habían estado allá recientemente. Ellos me ayudarán a salir de este embrollo.


Salí de mi cuarto después de haber arreglado cuidadosamente la cama. Jamás dejo en desorden mi recámara. Me molesta entrar en un sitio donde hay camas destendidas y ropa sucia regada por todas partes. Me parece de mal gusto y me provoca náuseas.

Fui al comedor para prepararme el desayuno, mientras tomaba una taza de café y leía el periódico llegó Rubén, el más joven de la comunidad, quien vivió hasta hace poco en París. Le comenté el incidente de la levantada. “¿De qué color son los boletos?”, me preguntó con deseo de ayudarme. “Azules, creo. Ahora te los muestro” y salí corriendo a mi cuarto para traerlos. Los vio detenidamente y añadió:”estos no son nuevos, están bien tratados, pero los actuales son blancos desde hace algunos años.”


Por más esfuerzos que hacía no lograba recordar. Para mí, la última vez que estuve en París seguía siendo principios del ochenta y seis. Repasé, con ayuda de Rubén, a otros compañeros que habían viajado a Europa. Héctor fue a Madrid y de ahí a Viena en avión y no pasó por París, Pepe Martín estuvo hace seis meses, pero los boletos ya eran blancos.


Terminé de leer el periódico sin mucho cuidado por estar ocupado con estas divagaciones, sólo me llamó la atención la noticia que estaría de visita el presidente de Francia con su esposa y que tenían la intención de visitar a una joven francesa encarcelada en la ciudad de México por complicidad en un secuestro.


Obsesionado con el asunto de los boletos, los revisé con más cuidado y efectivamente no eran nuevos, tenían el sello de uso en el metro y decía uno, 6 de marzo de 2004 a las 14 58 y el otro la misma fecha una hora después. Me llamó la atención la fecha precisamente el mismo día de hoy, pero cinco años antes. No podía ser. Eran demasiadas coincidencias y un escalofrío de temor me recorrió el cuerpo.




El seis de marzo de 2004 estaba ciertamente en París, recordé, acompañando a un grupo de parroquianos de la tercera edad de la diócesis de Houston, en una devota peregrinación a Lourdes, Roma y Asís, de paso por la ciudad Luz por dos días. No recuerdo haber hecho uso del servicio metropolitano, pues siempre me desplacé con el grupo en el autobús de la gira, pero pudo bien alguien darme los boletos.

El encontrar entre mis pertenencias, boletos de avión, de tren, de espectáculos no sería raro, pues es otra de mis manías, quizá con el afán de prolongar el placer con recuerdo de los lugares visitados, de los espectáculos asistidos. En el cajoncito superior de mi escritorio se acumulan estos recuerdos hasta que ya no caben y los desecho, no sin dolor.


Pero ¿cómo llegaron esos cartoncitos a dormir conmigo esa noche? Repasé los últimos movimientos antes de dormir y recordé que estuve leyendo, ya acostado, Soñar la realidad de Sergio Pitol en un ejemplar que no era mío, sino tomado de la biblioteca a penas hacía dos días. No tengo memoria de haberlos colocado dentro, como en otros casos, y que de ahí hubieran resbalado, sin yo darme cuenta. Apagué la luz y recordé la última escena de lo que había leído, repasé los acontecimientos del día, le di gracias a Dios por todo, cerré los ojos y me quedé dormido.


La memoria, a mi edad, con frecuencia me borra lo inmediatamente anterior, salgo para ir a algún lugar y regreso sin saber a dónde iba o que deseaba. Me olvido del nombre de las cosas, las puedo describir, pero no tengo el concepto adecuado, o bien me viene a la mente en otra lengua. Esto me pudo hacer olvidar mi última estancia en París. Pero la coincidencia de la fecha de este hecho, precisamente después de cinco años exactos, y las circunstancias que lo han acompañado no tiene explicación. No soy afecto a creer en ciertos fenómenos como telepatía, cinesis, premoniciones, etc, pero algo debe haber para que se den.


Via: Javier Martínez Rivera sj

6 de marzo de 2009

2 comentarios:

Celia Ruiz dijo...

Me has tenido en vilo...y es que a veces hay cosas que no se pueden entender.
saludos cairotas

CM dijo...

Me encanto, Y me encanto aun mas Javier es cálido, humano y super sensible, ojala algún dia tenga el privilegio de conocerlo.
El cuento es genial yo si creo que Dios se vale de medios inverosímiles para darnos algún mensaje, algún gustito, alguna señal que ahí esta él con nosotros. De regalarnos un recuerdo de algún momento muy especial que ya archivamos por ahí en el cajón de la memoria.