miércoles, 28 de septiembre de 2011

Fernando del Paso Palinuro de México




Fernando del Paso Morante nació en la ciudad de México en 1935. Cursó los bachilleratos de ciencias biológicas y económicas, así como dos años en la facultad de Economía de la UNAM. Su primera novela,José Trigo, fue publicada en 1966, año en el que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia. En 1976 aparecióPalinuro de México, que recibió el Premio de Novela México a la mejor novela inédita y, posteriormente, el Premio Internacional Rómulo Gallegos (1982) y el Premio a la Mejor Novela Publicada en Francia (1985). Su tercera novela, Noticias del Imperio, fue publicada en 1986. De estas dos últimas obras existen traducciones al inglés, francés, portugués, alemán, holandés y chino. En 1995 se publicó su cuarta novela,Linda 67; en 1998 La muerte se va a Granada, obra de teatro en verso sobre Federico García Lorca, y en 1999 Cuentos dispersos, libro editado por la UNAM.

Del Paso ha escrito también ensayo y poesía, además de una serie de sonetos bajo el título Sonetos del amor y de lo diario. Publicó dos pequeños libros en verso para niños: De la A a la Z por un poeta, y Paleta de diez colores. Trabajó en diversas agencias de publicidad y ha incursionado también en el periodismo cultural. Vivió dos años en Estados Unidos (como participante del International Writing Program de la Universidad de Iowa City), catorce en Londres (como colaborador de la British Broadcasting Corporation) y ocho en París, donde se desempeñó como consejero cultural y después como cónsul general de México.

Entre 1997 y 1998, la exposición titulada “Destrucción del Orden”, compuesta por quince obras de técnicas mixtas, recorrió varias ciudades del país. Como dibujante y pintor ha presentado sus obras en Londres, Madrid, París y varias ciudades de Estados Unidos. Su serie 2000 caras de cara al 2000 se presentó en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México, en el Hospicio Cabañas, en la ciudad de Guadalajara, y en el Festival Internacional Cervantino, en Guanajuato. También ha expuesto en el Museo Carrillo Gil.

En 1991 le otorgaron el Premio Nacional de Letras y Artes, y en 1998 fue nombrado Miembro Honorario de The American Association of Teachers of Spanish and Portuguese.

Es uno de los novelistas mexicanos más originales; su José Trigo, que describe la vida de un hombre en un paralelismo con el movimiento ferrocarrilero de 1958, es una búsqueda exhaustiva del lenguaje y de las estructuras literarias; en Palinuro de México alude al Movimiento Estudiantil de 1968 y su interrelación con la ciencia; en Noticias del Imperio penetra en la mente enloquecida de Carlota; en Linda 67 incursiona en la novela policial.

Fernando del Paso ingresó en El Colegio Nacional el 12 de febrero de 1996. Su discurso de ingreso, “Yo soy un hombre de letras”, fue contestado por el doctor Miguel León-Portilla. 

Palinuro de México (fragmento)

La tía Luisa y Jean Paul un día visitaron La Tour du Merveilleux, que era, para asombro de la tia Luisa, una casa al revés: se entraba por el desván, y se subía después al tercer piso y luego al segundo, y al primero, y así hasta llegar a la planta baja y al sótano. Las alfombras y los muebles estaban clavados en los techos, las lámparas se levantaban en medio del piso como fuentes de cristal, y a través de las ventanas y gracias a un juego ingenioso de espejos y cristales, se veía todo París al revés.
(...)
Lo que nunca jamás pudimos medir fue nuestro amor, porque era infinito.
Era, si, como cuando Palinuro le preguntaba al abuelo cuánto lo quería.
- Mucho, muchísimo le contestaba el abuelo Francisco.
- Pero ¿cuánto, cuánto abuelo? ¿De aquí a la esquina?
- Más, mucho más.
- ¿De aquí al Parque del Ajusco?
- Más, muchísimo mas: de aquí al cielo de ida y de regreso, yéndose por el camino mas largo de todos y regresando por un camino todavía más largo. Y eso después de dar varios rodeos, de perderse a propósito, de tomar un café con leche en Plutón, de recorrer los anillos de Saturno en patín del diablo y de dormir veinte años como Rip Van Winkle, en uno de esos planetas donde las noches duran veintiún años: porque a mi me gusta levantarme temprano, cuando menos un año antes de que amanezca.
(...)
Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente.
Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por últimos los domingos hacíamos el amor religiosamente.
O bien hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso. Hicimos también el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos hacer el amor científicamente. Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí: es decir, recíprocamente. Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor lastimosamente.
Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía, o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo. Decíamos, entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente.
O bien Estefanía le daba por recordar las ardilla que el tío Esteban le trajo de Wisconsin y que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos, con sus sillas vienesas y sus macetas de rosasté esperando la eclosión de las cuatro de la tarde, y así era como hacíamos el amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos.
Muchas veces hicimos el amor contra natura, a favor de natura, ignorando a natura. O de noche con la luz encendida, mientras los zancudos ejecutaban una danza cenital alrededor del foco. O de día con los ojos cerrados. O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia. O viceversa. Contentos, felices, dolientes, amargados. Con remordimientos y sin sentido. Con sueño y con frío. Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida, y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro, entonces hacíamos el amor inútilmente.
Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente. Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente. Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente.
Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente. Y, sobre todo, hacíamos el amor físicamente.
También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando. Y sobre todo, y por simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos el amor voluntariamente. 
"




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