miércoles, 20 de abril de 2011

Vacaciones semana santa

Este año el destino de mis vacaciones fue el sur mi país especialmente la zona sur este

Hoy visite la reserva ecológica de cascadas de agua azul. Un lugar bello enclavado en el corazón de la selva Lacandona
Fernando Romero Enviado desde mi oficina móvil BlackBerry® de Telcel

martes, 12 de abril de 2011

Nefanda

Hace días en un programa de radio mencionaron la idea de que de" el tamaño de tu vocabulario es el tamaño de tu mundo", la idea me atrapo y es frecuente que al leer algún texto algunos vocablos me resulten desconocidos hoy en día con el internet a la mano los diccionarios son una herramienta de muy rápido alcance

Esta tarde leo un ensayo y en aparece "nefanda" lo que por primera vez en mi corta vida me entero que es un adjetivo y significa "indigno o repugnante"

La frase decía mas o menos
•y al llegar aquí cayo en la profesión nefanda•
Fernando Romero Enviado desde mi oficina móvil BlackBerry® de Telcel

miércoles, 6 de abril de 2011

Imágenes de la manifestación en Guadalajara

Fernando Romero Enviado desde mi oficina móvil BlackBerry® de Telcel

Queremos paz

Fernando Romero Enviado desde mi oficina móvil BlackBerry® de Telcel

No mas sangre!!!

Plantón simultáneo en mas de treinta ciudades en protesta por los miles de muertos que ha dejado la guerra contra el narco y la delincuencia en México

Esta tarde en guadalajara nos reunimos mas de quinientas personas al pie del monumento a los niños héroes


Fernando Romero Enviado desde mi oficina móvil BlackBerry® de Telcel

martes, 5 de abril de 2011

East Village Opera Company - "La Donna e Mobile"

Abraham Ángel Card Valdés


Abraham Angel

Fecha de Nacimiento(Defunción): 1905-1924

Nombre: Abraham Angel
Fecha de Nac: 1905-1924
Sinópsis Biográfica:
Abraham Angel Card Valdés, nació el 7 de mayo de 1905 en el Oro, Edo. de México. Sus padres fueron Lewis Edwuard Cartburke Beedgar de nacionalidad escocesa de de Francisca Valdés.
De esta unión nacieron cinco hijos: Adolfo Eleuterio, Francisco, Luis Eduardo y el menor de todos, Abraham Angel.


En 1907, la familia se traslada a la ciudad de Puebla, donde el padre detentaba una poción en la mina La Escondida de ese estado.
La niñez de Abraham Angel transcurre en el ámbito angelopolitano, siempre bajo la vigilancia de su madre y de su hermano mayor.
A principios de 1916, Adolfo obtiene una promoción en su trabajo en la Compañía de Luz y es trasladado a la ciudad de México y esto motivó que toda la familia también lo hiciera.
Es por estos años que no esta muy clara la vida de Abraham Angel, tanto la hogareña como la escolar. Se presume que la familia de desmembró y tres de los hermanos tomaron cada quien su rumbo. Solo en la casa quedaron la madre, el hermano mayor y el más pequeño.
En 1921, Adolfo se lo lleva a trabajar en la Compañía de Luz, básicamente para frenar su abierta vocación por la pintura. No hay duda de que Abraham Angel asistía a las clases de dibujo que impartía Adolfo Best Maugard.
Abraham Angel abandona su casa a principios de 1922. Abraham se une a la nueva corriente de la plástica mexicana y se hace amigo de la gente que lo protege y lo estimula.
Se elaboran mitos, que el propio Abraham avala. Rodríguez Lozano lo presenta como argentino y lo viste de porteño, lo nombra como "el mejor pintor de América".
Esta confabulación, obliga al artista a cumplir con las oportunidades y consigo mismo.
Llega a tal su transformación que deja el apellido paterno y modifica hasta su firma. El lazo afectivo con Rodríguez Lozano es muy estrecho y más cuando éste contrae neumonía.
Una señal de afecto, es sin lugar a dudas el retrato que le pinta a Rodríguez Lozano, todavía convaleciente, donde a simple vista se advierte la influencia bestmaugariana.
En 1923 es el ascenso definitivo de Abraham Angel. Un conjunto de poderío creador y también de una plenitud en cuanto a sentimientos. En este mismo año viaja a Cuernavaca con Rodríguez Lozano, en una temporada muy fructífera de la cual da testimonio la revista La Falange, correspondiente a los mes de julio y agosto. En la edición de agosto, la calidad de estos artistas es comentada por Diego Rivera en "De pintura y otras cosas que no lo son": "Hoy todos los artistas están trabajando y surgen nuevos cultos, capillas y devociones y han nacido nuevas personalidades de pintores jóvenes como Rodríguez Lozano y Abraham Angel". El Ejemplar de agosto es ilustrado con un Retrato, bautizado posteriormente "La Chica de la Ventana", en la carátula; La India, un paisaje, llamado después "La mulita".
Abraham Angel muere el 27 de octubre de 1924 cuando aún no cumplía los 20 años de edad. Fue sepultado en el Panteón de Dolores hasta el día 30. Una tumba que ya no existe.
A través de su obra, de las distintas voces de intelectuales, artistas y críticos de arte, sobre el pintor, demuestran sin ninguna duda el valor, el sitio que Abraham Angel ha conquistado en la plástica mexicana.
Es enormemente reducido el mundo de Abraham Angel: retratos de familiares y amigos, paisajes con los que convivió, y algunos tipos populares.


Todo no desdeña una evolución de su pintura, que en un periodo de tres años pasa de lo puro naif imaginativo, un tanto de ensoñación, a frecuentar su ambiente cotidiano.
Lo mismo podría decirse de la línea de su dibujo, que desde los primeros rasgos infantiles se inscribirá en lo sutil, en la figura. Ver, contemplar, gozar la plástica de Abraham Angel es sentir, es reconocer y reconocerse en una tradición que no cercena a un México íntegro, sensual, de colores, de sol.
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Fuente: Gobirno del Estado de México (1995)
Universidad Nacional Autónoma de México (1995)

Pecado de omisión

Pecado de omisión
[Cuento. Texto completo]
Ana María Matute
A los trece años se le murió la madre, que era lo último que le quedaba. Al quedar huérfano ya hacía lo menos tres años que no acudía a la escuela, pues tenía que buscarse el jornal de un lado para otro. Su único pariente era un primo de su madre, llamado Emeterio Ruiz Heredia. Emeterio era el alcalde y tenía una casa de dos pisos asomada a la plaza del pueblo, redonda y rojiza bajo el sol de agosto. Emeterio tenía doscientas cabezas de ganado paciendo por las laderas de Sagrado, y una hija moza, bordeando los veinte, morena, robusta, riente y algo necia. Su mujer, flaca y dura como un chopo, no era de buena lengua y sabía mandar. Emeterio Ruiz no se llevaba bien con aquel primo lejano, y a su viuda, por cumplir, la ayudó buscándole jornales extraordinarios. Luego, al chico, aunque le recogió una vez huérfano, sin herencia ni oficio, no le miró a derechas, y como él los de su casa.

La primera noche que Lope durmió en casa de Emeterio, lo hizo debajo del granero. Se le dio cena y un vaso de vino. Al otro día, mientras Emeterio se metía la camisa dentro del pantalón, apenas apuntando el sol en el canto de los gallos, le llamó por el hueco de la escalera, espantando a las gallinas que dormían entre los huecos:

-¡Lope!

Lope bajó descalzo, con los ojos pegados de legañas. Estaba poco crecido para sus trece años y tenía la cabeza grande, rapada.

-Te vas de pastor a Sagrado.
Lope buscó las botas y se las calzó. En la cocina, Francisca, la hija, había calentado patatas con pimentón. Lope las engulló deprisa, con la cuchara de aluminio goteando a cada bocado.

-Tú ya conoces el oficio. Creo que anduviste una primavera por las lomas de Santa Áurea, con las cabras de Aurelio Bernal.

-Sí, señor.

-No irás solo. Por allí anda Roque el Mediano. Iréis juntos.

-Sí, señor.

Francisca le metió una hogaza en el zurrón, un cuartillo de aluminio, sebo de cabra y cecina.

-Andando -dijo Emeterio Ruiz Heredia.

Lope le miró. Lope tenía los ojos negros y redondos, brillantes.

-¿Qué miras? ¡Arreando!

Lope salió, zurrón al hombro. Antes, recogió el cayado, grueso y brillante por el uso, que guardaba, como un perro, apoyado en la pared.

Cuando iba ya trepando por la loma de Sagrado, lo vio don Lorenzo, el maestro. A la tarde, en la taberna, don Lorenzo fumó un cigarrillo junto a Emeterio, que fue a echarse una copa de anís.

-He visto a Lope -dijo-. Subía para Sagrado. Lástima de chico.

-Sí -dijo Emeterio, limpiándose los labios con el dorso de la mano-. Va de pastor. Ya sabe: hay que ganarse el currusco. La vida está mala. El «esgraciado» del Pericote no le dejó ni una tapia en que apoyarse y reventar.

-Lo malo -dijo don Lorenzo, rascándose la oreja con su uña larga y amarillenta- es que el chico vale. Si tuviera medios podría sacarse partido de él. Es listo. Muy listo. En la escuela...

Emeterio le cortó, con la mano frente a los ojos:

-¡Bueno, bueno! Yo no digo que no. Pero hay que ganarse el currusco. La vida está peor cada día que pasa.
Pidió otra de anís. El maestro dijo que sí, con la cabeza. Lope llegó a Sagrado, y voceando encontró a Roque el Mediano. Roque era algo retrasado y hacía unos quince años que pastoreaba para Emeterio. Tendría cerca de cincuenta años y no hablaba casi nunca. Durmieron en el mismo chozo de barro, bajo los robles, aprovechando el abrazo de las raíces. En el chozo sólo cabían echados y tenía que entrar a gatas, medio arrastrándose. Pero se estaba fresco en el verano y bastante abrigado en el invierno.

El verano pasó. Luego el otoño y el invierno. Los pastores no bajaban al pueblo, excepto el día de la fiesta. Cada quince días un zagal les subía la «collera»: pan, cecina, sebo, ajos. A veces, una bota de vino. Las cumbres de Sagrado eran hermosas, de un azul profundo, terrible, ciego. El sol, alto y redondo, como una pupila impertérrita, reinaba allí. En la neblina del amanecer, cuando aún no se oía el zumbar de las moscas ni crujido alguno, Lope solía despertar, con la techumbre de barro encima de los ojos. Se quedaba quieto un rato, sintiendo en el costado el cuerpo de Roque el Mediano, como un bulto alentante. Luego, arrastrándose, salía para el cerradero. En el cielo, cruzados, como estrellas fugitivas, los gritos se perdían, inútiles y grandes. Sabía Dios hacia qué parte caerían. Como las piedras. Como los años. Un año, dos, cinco.

Cinco años más tarde, una vez, Emeterio le mandó llamar, por el zagal. Hizo reconocer a Lope por el médico, y vio que estaba sano y fuerte, crecido como un árbol.

-¡Vaya roble! -dijo el médico, que era nuevo. Lope enrojeció y no supo qué contestar.

Francisca se había casado y tenía tres hijos pequeños, que jugaban en el portal de la plaza. Un perro se le acercó, con la lengua colgando. Tal vez le recordaba. Entonces vio a Manuel Enríquez, el compañero de la escuela que siempre le iba a la zaga. Manuel vestía un traje gris y llevaba corbata. Pasó a su lado y les saludó con la mano.

Francisca comentó:

-Buena carrera, ése. Su padre lo mandó estudiar y ya va para abogado.

Al llegar a la fuente volvió a encontrarlo. De pronto, quiso llamarle. Pero se le quedó el grito detenido, como una bola, en la garganta.

-¡Eh! -dijo solamente. O algo parecido.

Manuel se volvió a mirarle, y le conoció. Parecía mentira: le conoció. Sonreía.

-¡Lope! ¡Hombre, Lope...!

¿Quién podía entender lo que decía? ¡Qué acento tan extraño tienen los hombres, qué raras palabras salen por los oscuros agujeros de sus bocas! Una sangre espesa iba llenándole las venas, mientras oía a Manuel Enríquez.

Manuel abrió una cajita plana, de color de plata, con los cigarrillos más blancos, más perfectos que vio en su vida. Manuel se la tendió, sonriendo.

Lope avanzó su mano. Entonces se dio cuenta de que era áspera, gruesa. Como un trozo de cecina. Los dedos no tenían flexibilidad, no hacían el juego. Qué rara mano la de aquel otro: una mano fina, con dedos como gusanos grandes, ágiles, blancos, flexibles. Qué mano aquélla, de color de cera, con las uñas brillantes, pulidas. Qué mano extraña: ni las mujeres la tenían igual. La mano de Lope rebuscó, torpe. Al fin, cogió el cigarrillo, blanco y frágil, extraño, en sus dedos amazacotados: inútil, absurdo, en sus dedos. La sangre de Lope se le detuvo entre las cejas. Tenían una bola de sangre agolpada, quieta, fermentando entre las cejas. Aplastó el cigarrillo con los dedos y se dio media vuelta. No podía detenerse, ni ante la sorpresa de Manuelito, que seguía llamándole:

-¡Lope! ¡Lope!

Emeterio estaba sentado en el porche, en mangas de camisa, mirando a sus nietos. Sonreía viendo a su nieto mayor, y descansando de la labor, con la bota de vino al alcance de la mano. Lope fue directo a Emeterio y vio sus ojos interrogantes y grises.

-Anda, muchacho, vuelve a Sagrado, que ya es hora...

En la plaza había una piedra cuadrada, rojiza. Una de esas piedras grandes como melones que los muchachos transportan desde alguna pared derruida. Lentamente, Lope la cogió entre sus manos. Emeterio le miraba, reposado, con una leve curiosidad. Tenía la mano derecha metida entre la faja y el estómago. Ni siquiera le dio tiempo de sacarla: el golpe sordo, el salpicar de su propia sangre en el pecho, la muerte y la sorpresa, como dos hermanas, subieron hasta él así, sin más.

Cuando se lo llevaron esposado, Lope lloraba. Y cuando las mujeres, aullando como lobas, le querían pegar e iban tras él con los mantos alzados sobre las cabezas, en señal de indignación, «Dios mío, él, que le había recogido. Dios mío, él, que le hizo hombre. Dios mío, se habría muerto de hambre si él no lo recoge...», Lope sólo lloraba y decía:

-Sí, sí, sí...
FIN