martes, 22 de febrero de 2011

CALVERT CASEY

A manera de registro de los autores que se abordan en el ciclo de conferencias que estoy llevando en el Club de Industriales de Jalisco, les comparto este informacion acerca del Calvert Casey ayer lo revisamos y me parecio muy interesante

 Encontre en la web este articulo de Luis Cino

Arroyo Naranjo, La Habana, noviembre 19 de 2009 (PD) En mayo se cumplieron 40 años de la muerte de Calvert Casey, pero apenas se habló de él, en Cuba o la diáspora, en aniversario tan redondo. Apenas una entrevista en La Gaceta de Cuba al poco dado a revelaciones Antón Arrufat, que dice haberlo querido bien

No hay que extrañarse del silencio. Sigue siendo cómodo mantener discretamente oculto al raro Casey, un escritor que no se sabe a derechas si era cubano o norteamericano (nacido en Baltimore, se estableció en Cuba en 1957), fascinado por la muerte y que para colmo, tartamudeaba su homosexualidad a los cuatro vientos.

Por aceptado a regañadientes que fuera por los hacedores del canon literario, como no iba a ser demasiado perturbador alguien capaz de escribir algo como “En San Isidro” (¿cuento, poema en prosa, oratorio?): “En la última hora, madre mía, padre San Isidro, sublime maricón desdentado, deposítame tumefacto y podrido en las aguas que te han asignado en la vieja bahía, para poder lamer mucho tiempo tu viejo costado purulento, con los detritus y con los peces muertos.”

Los que lo conocieron recuerdan a Casey como un tipo muy inteligente, tímido, flaco, pálido, medio calvo, con gruesos espejuelos de miope y varios tics nerviosos. Según Cabrera Infante, algunos de sus amigos lo apodaban La Gaguita. Gustaba pasear por los cementerios y vivía en la calle Oficios, en La Habana Vieja, con un amante mulato que lo inició en la santería.

Fue a parar a la Casa de las Américas cuando cerraron Lunes de Revolución. La Habana sometida a la purificación revolucionaria era mal sitio para gente como Calvert Casey. Se fue al exilio a Europa en 1966, aterrado por la cruzada homofóbica y la instauración de los campamentos de trabajo forzado de las UMAP.

Su obra fue corta, pero intensa. Nunca se sintió seguro con los cuentos y ensayos que escribió. Sólo terminó a trancos una novela, “Notas de un simulador”. De “Gianni, Gianni” sólo quedó un capítulo, Piazza Morgana. Lanzó a la corriente del Tíber el manuscrito inconcluso de la novela tras una pelea pasional con Gianni, su atormentado efebo italiano.

Piazza Morgana (según Antón Arrufat, “uno de los grandes textos que un cubano ha escrito sobre el amor”) describe el viaje físico de Calvert Casey por el organismo de Gianni: “Pudiera escribir interminablemente acerca de mi paseo…las más extrañas criaturas, mitad animal, mitad vegetales, que se abren y se cierran, degeneran y regeneran, se destripan en suicidios masivos sólo para trocar sus fragmentos y reunirse segundos más tarde…Me dejo abrazar por el billón de criaturas que pululan a través de mí, que se aglomeran en el espeso jugo por el que nado en silencio. Escogí una al azar, tal vez la más atractiva, tal vez la más horrenda y dejé que me atrapara y me tragara, como un corpúsculo devorado por un glóbulo blanco. Qué infinita quietud, que paz…No hay otra palabra. La he encontrado en lo más hondo. Esto anula y borra años de exhaustiva e inútil búsqueda. Soy feliz. ¡Al fin!”

Pero Gianni, como Cuba y la revolución de Fidel Castro, fue otra decepción. Y Calvert Casey exigía demasiado de la vida. Lo encontraron muerto por una sobredosis de barbitúricos el sábado 17 de mayo de 1969 en su apartamento romano de la calle Gesú e María. Sus restos descansan en un osario de Campo Verano, en las afueras de la capital italiana. No sé si hubiera preferido lo enterraran en un cementerio habanero, el de Guanabacoa, por ejemplo.

Calvert Casey, además de sus libros (sólo uno publicado en Cuba por Ediciones R) y algunos bien escondidos números de Lunes de Revolución, dejó sus inquietantes cartas. Algunas de ellas fueron vendidas a la universidad de Princeton por escritores cubanos porque en los años más duros del Decenio Gris no tenían dinero para comer. ¿Quién iba a suponer que un día a los represaliados los rehabilitarían y hasta recibirían el Premio Nacional de Literatura? No importa, en definitiva las cartas de Calvert Casey eran demasiado tristes, comprometedoras y removían algunas malas conciencias. En Princeton están mejor guardadas.

1 comentario:

CM dijo...

Muy interesante, ojala me cuentes mas sobre este autor. Que dificil ser diferente en un mundo que juzga tanto. Coincidencia la calle donde lo encontraron muerto? Gesu e Maria. Me gustaría leer alguna de sus cartas.