martes, 16 de junio de 2009

"Oficina de reclamaciones del Universo"

En la fachada había un gran cartel con letras doradas:

"Oficina de reclamaciones del Universo"

Empujé las pesadas puertas y comencé a caminar por el interior. La estancia era enorme y el suelo estaba reluciente. Aunque el sitio era austero, se notaba que allí había pasta.

Vi un único mostrador en el otro extremo de la sala y hacia allí me dirigí. Todo estaba en silencio. Podía oír el chirriar de mis suelas de goma sobre las brillantes baldosas cada vez que no acertaba a ajustar un paso.

Al otro lado del mostrador había un tipo de mi edad.

—Buenas tardes. ¿En qué le puedo ayudar? —dijo cuando hube llegado hasta a él.

—Buenas tardes. Quería presentar una reclamación sobre la vida.

—Oh, la vida es uno de nuestros productos estrella. Dígame, ¿qué problema tiene?

—En realidad no es nada grave. Se trata más bien de... pequeños inconvenientes. —dije.

—Ahá. Dígame, le escucho.

—Le pondré un ejemplo... Esta tarde, al salir de casa, he coincidido en el ascensor con la vecina del sexto. La chavala está como un queso.

—Ahá —asintió el tipo escuchando con atención.

—Y hemos bajado los dos en silencio mirando el suelo. Ha sido muy extraño. En ningún momento me ha dicho "Hola, ¿me quieres tocar las tetas?" o "¿Quieres que te haga una felación?".

—Comprendo —dijo.

No añadió nada más. Simplemente se quedó mirando.

—En realidad no es un problema, ya le digo. Son más bien pequeñas "molestias", pequeños "inconvenientes" —y levanté las manos haciendo como que ponía comillas a mis palabras.

—Ahá... —respondió el funcionario.

A mí ya no me quedaba más que añadir, así que el silencio se adueñó de la sala. Aquel podía ser perfectamente el silencio del Universo, y se me antojó algo incómodo. Finalmente el tipo levantó una ceja y preguntó:

—Entonces... ¿nunca le ha preguntado una mujer si usted quería una felación?

El tipo parecía desconfiar, y con razón.

—Sí, bueno... —admití. —Eso sí que me ha pasado.

—Ahá —dijo. —Pero no lo de las tetas.

—No, lo de las tetas no.

—Entiendo...

Cambié el peso de pierna. Me estaba empezando a sentir algo estúpido por mi reclamación.

—Verá —le dije—, es que a veces tengo la impresión de que su producto debería haber venido con un manual de intrucciones, y el caso es que nunca me ha llegado.

—Comprendo —dijo—. ¿Ha cambiado usted de domicilio últimamente?

—Varias veces.

—Podría tratarse de eso. En cualquier caso, deme un momento que consulto el ordenador.

Se dirigió hacia el extremo del mostrador y pulsó unas cuantas teclas. Paseé mi vista por la amplia estancia para pasar el tiempo. Siempre se me hace raro mirar a la gente que teclea cosas en ordenadores. Al cabo de un minuto volvió a presentarse frente a mí.

—De acuerdo con la computadora, el producto Vida se sirve sin manual de instrucciones. De hecho, en el panfleto, esta característica aparece como uno de los puntos fuertes del paquete.

—Oh, ya veo —contesté apurado. Por lo visto aquella era de nuevo una de esas ocasiones en las que había comprado algo sin leer detenidamente las prestaciones. Y esta vez ni siquiera iba a poder usar la vida como pisapapeles o para calzar una mesa. Menuda cagada. Escuché a mi padre diciendo "Cómo te ves por tu mala cabeza".

El tipo me miró. Parecía divertido. Dijo:

—No recuerda haber leído sobre esta característica del producto, ¿no es eso?

—Ehem, sí, me temo que así es...

Una sonrisa cómplice surcó su cara.

—No se preocupe —dijo—, la amnesia post-compra también es una de las principales características del paquete Vida.

—Oh, ya veo... Ahora me siento mucho mejor.

La verdad es que me sentía algo menos idiota.

—Aunque sigo bastante confuso —añadí.

—Entiendo, aunque me temo que ahí no puedo ayudarle.

—No pasa nada. Ha sido usted muy amable —dije. —El caso es que siempre he sido muy de culos, pero ahora me gustan mucho las tetas.

—Ahá, es comprensible —dijo el tipo. —¿Y ya no le gustan los culos?

—Oh, sí, los culos me siguen gustando, claro.

—Claro.

Me encogí de hombros y puse una sonrisa en mi cara.

—¿Sabe? —dije—. La vida es curiosa. Todo lo que he aprendido sobre ella se puede resumir en una palabra: sigue.

El tipo asintió levemente con la mano en el mentón.

—En fin, buenas tardes —dije.

—Buenas tardes —contestó.

Y cuando ya me daba media vuelta para dirigirme hacia la puerta, añadió:

—¡Hasta la próxima!

Ñiqui ñiqui, chirriarion las zapatillas de camino a la salida.


via : www.elsentidodelavida.net

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