miércoles, 28 de septiembre de 2011

Seis falsas novelas Ramón Gomez de la Serna

Ramón Gómez de la Serna
(Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963) Escritor español. Licenciado en derecho por la Universidad de Oviedo, consagró su vida exclusivamente a la actividad literaria, en la que se mostró como un escritor fecundo y pionero de un tipo de literatura que, dentro de la más pura vanguardia, se erige como una construcción personal de gran originalidad.
Sus primeras obras muestran una actitud crítica e innovadora frente al panorama literario español, dominado por los noventayochistas, y coinciden con la dirección, asumida desde 1908, de la revista Prometeo, receptora y difusora de los primeros manifiestos vanguardistas en España, de los que fue su primer e incondicional defensor e impulsor. Animador indiscutible de la vida literaria madrileña, en 1914 creó una de las tertulias más frecuentadas y famosas con que ha contado Madrid, la del Café Pombo.
Su particular visión de la literatura, concebida dentro de los presupuestos del arte por el arte, sin ningún intento de reflexión ideológica, dio lugar a un género inventado por él, las greguerías, definidas por el propio autor como «metáfora más humor». Consisten en frases breves, de tipo aforístico, que no pretenden expresar ninguna máxima o verdad, sino que que retratan desde un ángulo insólito realidades cotidianas con ironía y humor, a base de expresiones ingeniosas, alteraciones de frases hechas o juegos conceptuales o fonéticos.












Su vasta producción literaria incluye desde artículos y ensayos, algunos agrupados en libros, hasta dramas de tema erótico y obras más o menos novelísticas, muchas de ellas basadas en una trama truculenta, al modo de los folletines costumbristas, que por las incoherencias en la narración, las imágenes de tipo surrealista o el barroquismo de la expresión se convierten en una forma de absurdo que destruye todo sentimentalismo y las acerca a lo patético y grotesco.
En 1936, a raíz del estallido de la guerra civil española, se exilió en Buenos Aires con su esposa, la escritora Luisa Sofovich, y en 1948 publicó la obra autobiográfica Automoribundia, testimonio de su vida y compendio de su estilo y su personal concepción literaria.


(Falsa novela china)
Fragmento (1º Capítulo)
Los ojos lejanos
Niquita se sentaba en su esterilla, y, como si orase, miraba los confines del mar lleno de pescado azul.
Era su terraza ideal aquella en que, sentada, parecía un pato de nostalgia, mecida por todas las olas, regalada por la vida inmensa.
-¿Pero cómo te pasas el día contemplando el mar?- le habían preguntado en una ocasión.
-Porque mueve mejor mi corazón… Junto al mar se es como los molinos junto a los saltos de agua… Las aspas de mi imaginación dan vuelta veloces.
Niquita, como extático ramo de coral, se adormecía bajo el mar, bajo aquella visión interminable.
-¿Pero Niquita, qué te regala el mar?- la preguntaban.
-Pendientes y corales de perlas… En los días de mucha contemplación, tantas perlas, que siento cuánto hunden mi pecho.
Se embarcaban todas sus miradas, como esos barquitos de papel que en vez de evolucionar hasta ser pajaritas se quedan en barcas.
-¿Pero qué pensamientos escribes en el mar, tonta? – la había dicho su madre.
-Todos- había contestado ella, siempre tan graciosa en las contestaciones.
El caso es que ella miraba tanto el mar porque por el mar se había ido Yama, el marino de su corazón, siempre vestido de marino, en los barcos que están siempre dispuestos a dispuestos a disparar cualquiera de los cañones, los de cincuenta milímetros como los de cien, en andanadas, debidas al optimismo del barco recién baldeado.
-El mar está lleno de pañuelos de despedida – ha dicho ella cuando el mar está un poco picado.
-El mar es hoy bodega de botellas con misivas dentro – dijo el día oscuro en que la tormenta lo había sembrado de leños astillados.
El marinero de gorra japonesa sobre los ojos miraba con los catalejos interminables de los que sacan cien escalones para las distancias, pero no veía a su novia sentada cono clueca sobre los pies chiquitillos.
El marinero de la gorra japonesa alargaba siempre más y más su catalejo, ensanchándole las articulaciones, yendo a tropezar con el horizonte frente a su último desarrollo.
 Niquita, como insomne del mar, sobre su colchón de muelles desiguales y bastas incapaces, estaba quieta, seria, con los ojos despedidos de los ojos.
El conflicto de un solo corazón es siempre el conflicto de un solo corazón, castañita inerme en medio del fuego de la pasión, que es como puchero que se pone al rojo.
Niquita lanzaba caricias al mar, como si el mar pudiera devolver en sus ondas al barco que navegaba ya muy acariciado de por sí.
A veces sentía celos.
-Están asomados a otras ventanas las mujeres que aceptan a cualquiera que pase. El marino está de espaldas a sus viejas novias. Le vuelve soltero el mar siempre y sobre todo en la época de sus trajes blancos, se vuelve adolescente y vuelve a fumar el primer cigarrillo y a tener la primera novia.
-Al llegar a tierra los marinos blancos- pensaba ella – hacen la primera comunión.
-En el maletín con que pasan a tierra –seguía pensado- llevan peines y cepillos, pero ningún retrato.
Numerosas letras chinas caían en el mar y se iban deshechas, con los palitroques flotantes, deslavazados, como en esos días que el mar, muy movido, saca de no se sabe dónde algas, asteriscos y palotes.
Veía Niquita lo que pensaba en gran tamaño, como escrito con las letras de los pendones de procesión, habiendo siendo gastados en su ejecución los más grandes lingotes de tinta china.
La resaca del mar era para Niquita de lo más comunicativo que existía y los dragones del mar de la China se asomaban ansiosos de recoger noticias, ávidos como perros leales para servir a su amo, engalgado sobre el mar.
Todo el mar de China, fecundo, inmenso ,solitario, vivía como una pradera alegre. Los peces voladores se destacaban del mar y volaban alrededor del palacete de cañas, ellos ya parecían traer una misión cablegráfica. Eran en la luz peces de cristal con las aletas del más fino vidrio que transparentaba el cielo lleno de amigas de luz.
Le gustaba sentir la caricia de las distancias tan blandas en el acariciar, siendo tan inmensas. ¿Cómo podían parar tanto su pulso al llegar a sus cabellos? ¿Cómo podían mover solamente sus cairelillos sueltos?
Todas las agujas de oro de su peinado recogían las emisiones lejanas. En cada una se amparaba la emisión de un barco.
Y ella encontraba que su misión estaba realizada pasando todo el día en la terraza como vigía de una sola misión, atenta a las mil señales que hace el gestero mar, deshaciendo los augurios con su sola presencia, escribiendo en el sol del ocaso la misiva que caía con el sol en el buzón del mar, el buzón de alcance para su amor de cada día. (…)
Seis falsas novelas.  Ramón Gómez de la Serna.

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